miércoles, 14 de diciembre de 2016

Como erizarme la piel.

Llovía, pero no importaba. La lluvia era simple decoración tras los enormes ventanales de aquella sala de exposiciones. Dentro existía una leve calidez suave, cómoda. Mis manos entumidas comenzaban a revivir. Me encontraba rodeada de lienzos. Todos eran enormes. Mis pupilas dilataban de felicidad. Además, él estaba conmigo. Me resultaba alucinante tener a alguien a mi lado que disfrutase el arte con el mismo entusiasmo. La gente considerada "normal" le resulta aburrido ir a museos o exposiciones. Nosotros tenemos suerte, no somos normales. Somos especiales. Nosotros, los artistas, tenemos el don de saber disfrutarlo. Podemos elevarnos por los aires sin necesidad de paracaídas, porque no caemos, flotamos. Conocemos el placer de que se nos erice la piel con una melodía o una imagen. Solemos creer que el cielo es un lugar, pero eso es un error. El cielo es un sentimiento, es belleza, es vida, es arte. Siento lastima por todos los ciegos que nunca podrán conocer esa sensación.
Me costaba prestar atención a los cuadros, no dejaba de mirarle a él. Me daba cuenta de como deleitaba ante el oleo sobre lienzo allí expuesto. Me gustaba porque sabía que estaba sintiendolo. Era algo maravilloso. Pero entonces gire mi vista hacia la otra pared, donde acababan los enormes retratos y comenzaban los desnudos. Vi como el cuadro me llamaba. Estaba exigiendo a gritos mi atención. Fui directa, sin pensar. Observé cada pincelada, cada cambio de tonalidad para crear ese bellisimo relieve. La delicadeza de ese cuerpo desnudo que para mi mayor incredibilidad, era de un hombre. Los tímpanos de mis oídos vibraron levemente. Una dulce melodía de piano inundaba la sala. Para Elisa de Beethoven, había conseguido erizar por completo mi piel. Sentía evadirme del mundo, sentía elevarme por los cielos.







Egon Schilie.

Y fue él. Sí, él. Él tuvo la culpa de mi rebeldía, él tuvo la culpa de que mostrara agonía frente a una sociedad incoherente que no avanza ni en tiempo ni en ambiente. Han pasado casi cien años de su ida, y de nada sirvió su lucha. Ni la de muchos artistas inconformes. Muchos piensan que ser artista solo se trata de dibujar, escribir sin más, cantar, tocar un instrumento. Que equivocados están. En el fondo consta de mucho más, se trata de sentir, de mostrarle al mundo tu gran verdad. Ser artista es ser valiente. Generalmente todos ocultan sus sentimientos, por vergüenza, por miedo. En cambio, el artista se muestra abiertamente frente al publico, se exhibe sin miedo a la critica, perdiendo toda intimidad. Muchos desahogan sus lagrimas y alegrías, y otros muchos luchan por sus ideales. Detrás de cada obra se esconde un gran tesoro, se esconde una vida.
Y que vida aquella que me enseñó la rebeldía, mi lucha diaria de sentimientos constantes, dulce contradicción en mi cabeza, rellena tan solo de incertezas. Y que vida aquella la del austriaco expresionista, que dibujaba con destreza y firmeza en su trazo, el cual seguía una vez comenzado sin treguas, hasta el final sin corrección. Rechazado por la sociedad en la que vivía, la cual describía como en la que reinan las sombras, decía que su ciudad era negra y necesitaba salir, necesitaba investigar cosas nuevas, paladear aguas oscuras y arboles que se quiebran. Es verdad, queremos ver vientos salvajes, es bello escuchar bosques jóvenes de abedules y las hojas tiritando. Y ahora soy yo la que seguirá observando la luz y el sol, disfrutando del atardecer de los húmedos valles de color azul verdoso, pues con todo ello él creó con ternura, campos de colores.
Lo conocí al comienzo de mi formación artística. Fue como una llamada. Un simple ejercicio de clase, tan simple como tener que elegir uno de los cuadros que estaban colgados en la pared sin saber quien era su artista. Yo paseaba tranquila por el pasillo, observándolos. Todos tan típicos, muchos muy trabajados, otros mas sencillos, pero ninguno que me llamase la atención. Finalmente apareció, aquella mujer semidesnuda, con posición de haber caído en el suelo tras un emotivo acto de pasión, como el color de su traje.
Fue entonces cuando sucumbí ante su desnudo, sus bruscas lineas, su forma. Fue entonces el comienzo de mi trabajo contra la censura, al poder observar belleza tan simple y natural. Entonces encontré un motivo.