martes, 8 de mayo de 2018

Pesadillas.

Vives en lo más profundo de un sueño. Rodeado de tinieblas, no cesas de toser entre el humo. Todo es oscuro, el cielo siempre está gris, la noche inunda tu interior y tus ojos... siguen cerrados.
Tus demonios jamás cesan de apoderarse de tí, acuden en cada crepúsculo, aprovechando la tenebrosidad de las sombras para persuadirte en miedos. Comienzas a provocar desconfianzas y tan solo consigues que ocurra el hecho contrario de lo que siempre deseas.
Anhelas volar pero tan solo caes en picado desde la más vertiginosa altura que pasa por tu imaginación. Y alzas los brazos creyendo que al fin eres un ave rapaz. Los luceros exteriores observan la muerte de otro loco suicida más que estrella su sonrisa contra el suelo.
Ambicionas la completa libertad, ambicionas el cielo azul y el buen tiempo, ambicionas con todas tus pocas fuerzas restantes la paz, y sin embargo, decoras tu cárcel con drogas alucinógenas, sin salir a la calle, sin apenas actuar, volcado siempre en plena ira y venganza.
Ansías la música en tus oídos, sientes esa extraña necesidad de crearla con las manos, tus dedos experimentan síndrome de abstinencia a falta de seis cuerdas y tu tan solo concibes 4´33 minutos de silencio en bucle. Intentas dar luz a una nueva melodía, pero tu corazón palpita a velocidades extremas, la sangre corre y todo tiembla. Un terremoto se apodera de tu cuerpo. En tu interior solo hay ruido. Fuera sigue siendo un ensordecedor silencio. Con un millón de miradas a la espera de una obra de arte, de la que tan solo tu eres responsable. El terror pasea por tu cuerpo como un escalofrío e impide que toda tuya sensibilidad sea mostrada. Quedas totalmente petrificado, como un precioso mármol blanco tallado por cualquier renacentista, cubierto de polvo y con la mirada perdida.
Y es en ese momento, en el que te encuentras sumergido en mares de llantos, ahogado por la pena, cuando te dejas manipular por la locura de cualquier sirena. Y no la culpas, pues sabes que no hay maldad tras seducción, que tiene una maldición, y es que necesita nadar entre sangre para que capten su atención puesto que no quedan de su especie en un mar equivocado. Y mientras te besa para saciar su soledad te oprime el pecho, te deja sin aliento, se desvanece tu alma, se tensan tus músculos. Eres consciente de que estás falleciendo por segundos y pataleas con la intención de huir, mientras te prohíbes dejar de abrazarla, y cuando estás apunto de soltar el último suspiro...
Tranquilo. Sigues con los ojos cerrados, todo tu escaso cuerpo, sudado. Estoy aquí, estoy a tu lado, es lo único que grito, inútil de mí. No quiero creer que estás atrapado. Pero de esta pesadilla solo despiertas tú.

Ruido.

Ruido. Ruido. Ruido. Ruido. Ruido. Ruido. Ruido...
Y en sus ojos... Silencio.
Me escondía bajo sus párpados para encontrar la calma.
Y yo quedaba seria y él se preguntaba por qué tanto misterio. Y él sonreía y yo me preguntaba por qué tanta ternura.
El miedo y las drogas pululaban por el aire. Pero nuestras miradas seguían fijas y desafiantes entre la multitud intoxicada.
Y a veces mis talones bailaban impulsándome hacia su boca, como un cohete. Y otras veces sus manos danzaban por mi cintura. El alcohol se echaba carreras con la propia sangre por nuestras venas. Todo daba vueltas, tantas como un tío vivo en una feria con luces de colores parpadeantes.
Mientras, mis ojos le hacían mil preguntas. ¿Quien eres? ¿De dónde has salido? y sobre todo... ¿Por qué no quiero soltarte? Pero... él buscaba en mi mirada una respuesta. Un mero signo de indiferencia, de rechazo, de falsedad.
El miedo cada vez ocupaba más espacio. Sí, más que el humo del cannabis. Y se quedaba casado a nuestra piel. Cada vez más inseguridades rondaban por la noche entre las tiendas de campaña. La incertidumbre pasó a pedirnos fuego. La inestabilidad se acercaba de cuando en cuando a por hielos. Compartimos botellón con la indecisión. Finalmente, el desequilibrio vino a preguntar si quedaba algo de speed.
La noche llegó temprana y se hizo eterna. El cansancio machacaba las rodillas. Todo lo anterior, ya pesaba. Quedé pálida. Completamente aturdida. Sentí desfallecer mi cuerpo tras el último vibrar del altavoz. Mis párpados cayeron pesados. Pero aún notaba su suave piel en mis dedos. Y fue entonces cuando pude apreciar su cuidado.

Reservé mis ultimas fuerzas para los fuegos artificiales.

Déjame.

Déjame tomar de tu intelecto. Déjame sorber un poquito más de inteligencia. Déjame follarte la razón. Quiero llegar al éxtasis de tu propósito. Voy a felar tu mente hasta que te corras en mi puta ignorancia. Voy a mamarte el cerebro, el placer será de esta mera inculta que se arrodilla ante ti. Déjame copular sobre tus pensamientos, hasta desgarrar tus ideas. Y después solo, déjame.
Déjame escapar de las sensaciones, déjame encontrar el punto de fuga donde no pueda volver a atraparme la sensibilidad. Ten compasión de mi y permiteme desaparecer de nuevo entre tinieblas sin ningún ensangrentado corazón. Solo quiero poder desertar a tiempo. Escabullirme en el silencio. Deja ya de codear tu juicio entre tanto analfabetismo. Y por una vez, ten la inteligencia de dejar ir la toxicidad de mi persona, envuelta en falsa ternura.
Deja ya de teorizar mis chistes malos. Deja ya de filosofar mi creatividad y sentir. Deja ya de hacerme reír. Déjame, que tengo que sanar mis heridas, sino, muchas más puedo yo abrir. Tengo aun que curar esta locura de salud mental, pues sino poco faltará para mi llamada hacia la muerte más temprana donde los gritos deje de oír. Pronto llegará la hora de huir, puesto que estas letras profanas, jamás serán dignas de ti.