domingo, 30 de diciembre de 2018

Le vi y le besé.

Las estrellas estaban altas decorando el escenario, pero la multitud emborrachada ignoraba aquel fondo sutil que se reitera cada noche en las puertas de los bares. Despeinada, desabrigada, desengañada de mis propias ilusiones y esos sentimientos naif, fumaba en el frío de la calle. No esperaba más que decepciones, pues las horas pasaron sin prometerme nada. Cada vez buscaba emociones más y más fuertes, quería conocerlas todas, quería controlarlas, sentirlas, tenerlas dentro de mí. Mi cerebro desinibido necesitaba dopamina y yo quedaba expectante a la nada que rodeaba mi persona. «Sexo, drogas y rock and roll» era el lema de otra noche más, como todas. Pero aún no era suficiente. Bebí alcohol, me sabía a poco. Quizás no era eso. Sexo para una noche, pensé. Ya era demasiado. Estaba cansada de amantes transitorios en camas aleatorias, de recoger mi ropa y marchar al alba. De fingir que no nos conocimos nunca y no sentir nada más que el placer de un orgasmo. Se bien que mi miraba le estaba buscando a él y aún no le conocía. Entonces le vi. Le vi, y le besé.
Después me pregunto mi nombre.