miércoles, 20 de julio de 2016

El lobo y la luna.

Acechan los lobos, pero la luna sigue arriba, independiente, más sola que la una. Los lobos siguen aullando, atrapados en la oscuridad de noches de tormentas. La luna aun brilla, sin embargo, está tan alta y firme que no les escucha.
El lobo jefe de la manada queda solo mientras los demás descansan. Aúlla tan fuerte que ni los poderosos vientos gélidos pueden frenar el sonido de su picardía. Mas, la luna no quiere escuchar a ese gran lobo, fuerte, feroz, porque sabe que de él se va a enamorar.
Entonces el lobo siente el rechazo de su amada y merma sus aullidos. Sus sentimientos se debilitan perdiendo simultáneamente su fuerza y ferocidad.
La luna no pudo jamás escuchar sus aullidos, mas si notar su presencia. Con ella desaparece sus soledad. Mas, llora y maldice la distancia, mas, llora y maldice una vez más.

viernes, 15 de julio de 2016

Gata callejera que no vuelve a la basura.

Sola frente a la luna en eternas noches de soledad en mi tejado. De pronto a mi volviste, borracho de locura, frente a mi te arrodillaste.
-Permiteme rozar tus labios una vez más.- Suplicaste, cual egipcio a diosa Bastet, me admiraste.
Fuerte te asustaste pues sabes que, o feroz o tierna puedo mostrarme. Soy impredecible.
Sonrío porque me encanta tu pasión desenfrenada ante mis ojos de gata, aun sabiendo que con ellos puedo desgarrarte el alma. Hija del demonio decían de mi en épocas medievales, tu mismo trataste de quemarme en mil hogueras, amiga de las brujas me hice por lucir  el negro de las noches de tormentas. Estuve cerca de la magia, vi como príncipes se transformaban en sapos repletos de maldiciones por avaricia o falta de coraje, más nunca quise saber de ti ni en bolas de cristal.
Con el corazón hecho trizas, aprendí a ser solitaria e independiente, a no fiarme de la gente. Me hice dueña de la noche, y ahora todas esas estrellas me admiran a mi, no entre ellas.
Bajé de un salto, ronroneando, me acerqué a ti, acariciando de nuevo tu cara, rozando de nuevo tu nariz, sucumbiste ante mi, de un salto me volví a ir. Gata callejera que no vuelve a la basura, astuta y dura.
-Soy gata de siete vidas, yo solita me lamo las heridas.

miércoles, 13 de julio de 2016

No dejaré de escribir.

No dejé de escribir cuando más débil estuve, no tengo pensado hacerlo cuando mi pulso falle, mis manos quiebren o mi vista se anule.
Mil pensamientos giran como noria en parque de atracciones, no por ello su ausencia desaparece. Sigue ahí permanente tras el paso de las odiables horas que me separan de su tiempo, en abstracto sigue presente.
Y es por ello, que no dejaré de dedicarle sentimientos presos por malas miradas, malas caras. Cansada de que me digan que debo de hacer, cansada que me obliguen a quien debo querer, cansada de malos tratos, malas famas.
Me salgo por las ramas, y vuelo. Vuelo en el dulce cielo, respirando azul clarito porque escribiendo le huelo de nuevo y mi amor no es un mito.

Hundirme en soledad.

¿Que importa cuando ya no importa nada? Querer es doler, es sufrir, es morir.
Morir retorciéndote en tortura, en llantos y lamentos, estoy cansada de gemirle a la luna, de tormentas de verano, de luchar en vano. No quiero enamorarme de nuevo, pánico le tengo si no es de tu morena tez, de besar y mirarte a la vez. No quiero enamorarme si no es de tu sonrisa, si no es de tu voz improvisando rimas bajo farolas, vuelve al campo, aquí te espero frágil como amapola, seguiré sola.
Os ignoro porque desbordo melancolía, siento ser así de fría. El sol que calienta mi piel está en el cielo, y es imposible de alcanzar. Mi real alegría es tan inalcanzable como mi pelo al natural, que quedó olvidado en inocencia mezclada con insensatez y una chispa de maldad.
Pero nada importa cuando ya no importa nada más que hundirme en soledad.

domingo, 3 de julio de 2016

Sexto sueño.

Era un día cualquiera de verano por Mérida, acababa de salir de casa de mi amiga Carmen, estábamos paseando a sus perras. Estaba contenta, pues ya estaba graduada y en menos de dos meses me iría a la universidad. Llegamos a la plaza que se encontraba cerca del centro, cerca del kebab donde tú trabajabas. Estabas allí sentado, esperándome en la puerta. Me despedí de Carmen, dándole dos besos y me senté a tu lado. Te di un beso como de costumbre.
-Pon música- Me dijiste. Así fue, que cogí el móvil y te puse Tupac, sabía que te gustaba. Comenzaste a cantar en ingles, yo no entendía nada, pero sonreía igual, me encantaba verte alegre.
-¿Que tal sigues?-Te pregunté.
-Estoy genial chamaquita, ya solo me queda la cicatriz del accidente, pero está todo curado, ya estoy bien.- Te besé en la mejilla, y miré aquella cicatriz en la frente, acariciándola con preocupación, pensando en lo que hubiese podido pasar si hubiese sido un poco más abajo, o si nadie hubiese llamado a la ambulancia aquella noche.
-Menos mal que estas bien, te llega a pasar algo y me muero. Aunque, lo siento si no he podido estar como debía de haber estado. Estaba muy ocupada con todo el tercer trimestre, tu tienes facilidad a la hora de sacar buenas notas, y a mi, uf, me cuesta bastante. Pero bueno, había muchísima gente que te quiere al rededor tuya.- Te respondí preocupada.
-Tu no le des vueltas mi niña, tu piensa que ya te lo has sacado, que estamos aquí, y que habiendo universidad de biología en Salamanca me voy contigo. Ya sabes, carpe diem, tempus fugit, somos jóvenes.-Dijiste entre risas, entonces me miraste a la cara y me dijiste- Madre, va a ser muerte ¿eh?- Yo comencé a reír a carcajadas y tú comenzaste a sonreír de forma progresiva, mirando hacia ambos lados, primero uno, luego otro. Yo ya conocía ese gesto de memoria, sabía lo que ibas a decir y lo gritamos los dos a la vez
-Reeeenta.
Pronto llegó la furgoneta verde de trabajo de mi padre, me recogió y me llevó al pueblo.

Desperté, miré el reloj. Eran las seis de la mañana de un sábado y la realidad no me abandonaba. Rompí a llorar.

Quinto sueño.

Dicen que si mueres en un sueño mueres en la realidad. Al dormir, tu cuerpo descansa, a veces hasta tal punto que tu corazón desacelera. De forma estimulante, tu subconsciente manda sueños en los que estás apunto de fallecer, por ejemplo, el más común pueda ser, caerte desde algún precipicio. Cuando estás apunto de morir, el cuerpo reacciona y abres de nuevo los ojos, si no es así, puede provocarte un infarto.

Esta vez me encontraba en una enorme pradera verde, color esperanza. Hacía un tiempo perfecto, y respiraba perfectamente azul clarito. Yo paseaba tranquila, vestida con ropa de campo, con mis vaqueros cortos y mi camiseta roja de cuadros. Tenía el pelo de mi color natural, y llevaba un lazo para semirrecogerlo. Uno de mis mejores amigos paseaba a mi lado. De pronto, justo enfrente nuestra una enorme valla separaba aquel prado en dos mitades. En la otra mitad, todo estaba seco, los arboles no tenían hojas y el cielo estaba nublado. Tras la enorme valla, habían muchas más, pero más pequeñas. Pensaba justo dar la vuelta, cuando de pronto oí tu voz gritando mi nombre. Giré rápidamente la cabeza, y te vi allí, a lo lejos. Con aquel abrigo oscuro de pelitos por dentro y aquella gorra puesta hacia atrás. Saltando valla por valla. Jadeante y asfixiado. Estabas llegando al sitio donde me encontraba justo cuando me gritaste.
-¡Corre Inma, salta la valla! ¡Esa no puedo cruzarla, pero tu si! ¡Corre, date prisa!
Sin pensarlo dos veces, me agarré corriendo de aquellos alambres, tratando de saltar. Pero el amigo que estaba a mi lado me agarró del brazo corriendo.
-¡Suéltame!- Le grité.
-¡No puedo soltarte Inma, si cruzas no podrás volver!- Aquello en aquel momento no me importaba, te veía corriendo hacia mi, y no pensaba más que en abrazarte, que poder estar juntos eternamente. Entonces le dí un manotazo, subí hacia arriba del todo. Tu estabas abajo, con los brazos extendidos preparado para cogerme. Me lancé sin pensarlo y justo antes de caer en tus brazos...

mi cuerpo reaccionó, mis ojos se abrieron y de un impulso me levante hacia delante.

Cuarto sueño.

Aquella era la mayor casa que había visto en mi vida. Era una enorme mansión. Tanto que me mareaba al mirar hacia arriba. Me tuve que poner de puntillas para poder llamar a aquel gigantesco portón. Se abrió al momento. Pasé recto por aquel estrecho pasillo. El suelo estaba tan limpio que casi se reflejaba mi cuerpo en él. Sentía un frío feroz. Recuerdo llevar un montón de mangas, y el abrigo de nieve. A mitad del pasillo, tras pasar por varias puertas cerradas, paré en una que se encontraba abierta. Un enorme salón con chimenea se encontraba tras los marcos de la puerta. Salió de allí tu madre, guapa como siempre. Vestida de forma elegante, como a ti te encantaba verla. Le pregunté por ti. Me indicó como llegar en aquel enorme castillo.
Seguí el pasillo recto. Otra puerta al final. El pomo estaba aun más frío. La abrí. Daba a un patio repleto de nieve. Era más ancho que largo, y menos mal, porque creí morirme congelada. Otra puerta al final del patio. Esta vez se hallaba tras de ella una sauna. Entré. De frente te encontré a ti. Desnudo al completo, mostrando la belleza natural como si de una obra de arte se tratase. Pese a ser una sauna donde estábamos, yo sentía el mismo frío que en el patio completo de nieve. Sin embargo, tu me miraste a los ojos, y sin apenas nombrar palabra comprendí todo lo que querías decirme. Me quité la ropa, capa por capa. Mostrando así mi fría y pálida piel invernal. Me acerqué a ti, tiritante. Te abracé con las pocas fuerzas que me quedaban y con el cuerpo completamente entumido. Apoyé mi barbilla en tu hombro. Al rozar piel con piel, comencé a sentir todo el calor que hacía en aquella sauna. Sentí de nuevo la sangre correr por mis venas. Mis pulmones volvían a respirar. Sentía el buen clima de toda América Latina. La humedad y el calor en verano. Tu eras mi buen tiempo, mi chispa de vida, mi llama. Con mejor movilidad, te sonreí, mirándote a aquellos pequeños y redondos ojos negros. Me diste un suave y dulce beso. Seguido, cubriste una manta sobre mí. Acurrucados los dos en ella, pasando tu brazo sobre mi hombro. Abriste la puerta y volvimos a cruzar juntos aquel patio. Esta vez, la nieve se derretía bajo nuestros pies. Llegamos al interior de la casa y me llevaste a una habitación. Decorada exactamente igual que la tuya. Nos tumbamos en la cama. Las mantas ni si quiera estaban amarradas a la parte baja de la cama. Te preocupaste en estirarlas para que cubriesen mi cuerpo. El póster de 50cent seguía pegado en el techo. Las persianas casi cerradas dejando pasar tan solo un par de lineas de luz. Me acurruqué en ti, y juntos dormirmos.

Al dormir en el sueño desperté en la realidad.

Tercer sueño.

Acababa de salir de clases. Subía hacia la plaza que había justo al lado de mi escuela, aquella a la que todos nombramos como "La Plazita". El sol radiaba por todo el lugar sin dejar ni un solo rastro de sombra. Vestía con ropa de verano. Al entrar en ella no dudé el asiento. Volví a sentarme en el mismo banco de siempre, el tercero empezando a contar desde la izquierda mirando de frente a la escuela. Aquel banco ya era nuestro.
Allí, sola, esperaba tu llegada al igual que todas las mañanas desde que te fuiste. Al fin, ese día, después de casi tres meses de espera, apareciste. Llegaste desde abajo, desde la calle de la escuela. Con pantalones cortos y anchos. Con aquella enorme camiseta de tirantes gris y negra.Con aquellas dos barras de locura que colgaban de tus orejas, en rosa y azul. Venías corriendo, jadeando, como todas aquellas veces que llegabas tarde. Casi no podías ni hablar cuando llegaste a mi, poco más y te asfixiabas.
-Ya estoy aquí- dijiste costosamente.
-Tranquilo, respira- Te dije entre risas. Te sentaste a mi lado, a la derecha, por tu extraña manía de dejarme solo ver tu "lado bueno". Pasando tu brazo sobre mi hombro me preguntaste que tal todo. Entonces yo quedé seria. Comencé a contarte mis problemas. Esta vez, era yo quien contaba cuentos más tristes que los de García Marques en aquel banco. Te expliqué todo lo que había cambiado mi vida desde tu partida, el mogollón de gente que me giró la cabeza cuando más cariño y apoyo necesitaba. La dificultad a la hora de volver a dibujar, y la imposibilidad de hacerlo delante de alguien. El poco interés y ganas por mis estudios. Ya sabes, tu decías que me los curraba, que sacaría buenas notas, y nos iríamos. Al faltar tú, perdí el interés y la prisa de irme a cualquier lado. Te mostré mi corte de pelo radical, tratando así cambiar mi vida por completo. Te conté mis mil formas que tuve de seguir adelante, todas fallidas. Me desahogué al explicarte el mayor y grave error que cometí, por mis prisas porque tú me vieras bien, entre lagrimas y lagrimas. Serio, me decías que me calmase, que no me preocupase tanto. Que al final todo pasa, y con el tiempo todo se arregla. Me calmaste el llanto promentiéndome que harías lo posible por que todo me fuese bien desde donde estás.
-Me quedé con muy pocos recuerdos de ti- te dije. Tu, con tu gran sentido del humor sacaste el móvil y dijiste.
-Ahora cálmate, ponte todo lo preciosa que eres y sonríe.- Entonces me relajé, empezamos a hacernos fotos. Como siempre quejándote de que salias mal, siempre repeinándote. Comenzamos a hacer los tontos frente a la cámara, a poner caras raras y a reírnos de forma espectacular. Cuando conseguiste que estuviese feliz, tanto como aquellos días sentados en aquel banco. Me besaste y me abrazaste para despedirte. Te agarré fuerte, poniendo resistencia, no quería que te volvieses a ir. Pero en aquel momento, mis ojos se volvieron a abrir.