miércoles, 14 de diciembre de 2016

Egon Schilie.

Y fue él. Sí, él. Él tuvo la culpa de mi rebeldía, él tuvo la culpa de que mostrara agonía frente a una sociedad incoherente que no avanza ni en tiempo ni en ambiente. Han pasado casi cien años de su ida, y de nada sirvió su lucha. Ni la de muchos artistas inconformes. Muchos piensan que ser artista solo se trata de dibujar, escribir sin más, cantar, tocar un instrumento. Que equivocados están. En el fondo consta de mucho más, se trata de sentir, de mostrarle al mundo tu gran verdad. Ser artista es ser valiente. Generalmente todos ocultan sus sentimientos, por vergüenza, por miedo. En cambio, el artista se muestra abiertamente frente al publico, se exhibe sin miedo a la critica, perdiendo toda intimidad. Muchos desahogan sus lagrimas y alegrías, y otros muchos luchan por sus ideales. Detrás de cada obra se esconde un gran tesoro, se esconde una vida.
Y que vida aquella que me enseñó la rebeldía, mi lucha diaria de sentimientos constantes, dulce contradicción en mi cabeza, rellena tan solo de incertezas. Y que vida aquella la del austriaco expresionista, que dibujaba con destreza y firmeza en su trazo, el cual seguía una vez comenzado sin treguas, hasta el final sin corrección. Rechazado por la sociedad en la que vivía, la cual describía como en la que reinan las sombras, decía que su ciudad era negra y necesitaba salir, necesitaba investigar cosas nuevas, paladear aguas oscuras y arboles que se quiebran. Es verdad, queremos ver vientos salvajes, es bello escuchar bosques jóvenes de abedules y las hojas tiritando. Y ahora soy yo la que seguirá observando la luz y el sol, disfrutando del atardecer de los húmedos valles de color azul verdoso, pues con todo ello él creó con ternura, campos de colores.
Lo conocí al comienzo de mi formación artística. Fue como una llamada. Un simple ejercicio de clase, tan simple como tener que elegir uno de los cuadros que estaban colgados en la pared sin saber quien era su artista. Yo paseaba tranquila por el pasillo, observándolos. Todos tan típicos, muchos muy trabajados, otros mas sencillos, pero ninguno que me llamase la atención. Finalmente apareció, aquella mujer semidesnuda, con posición de haber caído en el suelo tras un emotivo acto de pasión, como el color de su traje.
Fue entonces cuando sucumbí ante su desnudo, sus bruscas lineas, su forma. Fue entonces el comienzo de mi trabajo contra la censura, al poder observar belleza tan simple y natural. Entonces encontré un motivo.

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