martes, 8 de mayo de 2018

Ruido.

Ruido. Ruido. Ruido. Ruido. Ruido. Ruido. Ruido...
Y en sus ojos... Silencio.
Me escondía bajo sus párpados para encontrar la calma.
Y yo quedaba seria y él se preguntaba por qué tanto misterio. Y él sonreía y yo me preguntaba por qué tanta ternura.
El miedo y las drogas pululaban por el aire. Pero nuestras miradas seguían fijas y desafiantes entre la multitud intoxicada.
Y a veces mis talones bailaban impulsándome hacia su boca, como un cohete. Y otras veces sus manos danzaban por mi cintura. El alcohol se echaba carreras con la propia sangre por nuestras venas. Todo daba vueltas, tantas como un tío vivo en una feria con luces de colores parpadeantes.
Mientras, mis ojos le hacían mil preguntas. ¿Quien eres? ¿De dónde has salido? y sobre todo... ¿Por qué no quiero soltarte? Pero... él buscaba en mi mirada una respuesta. Un mero signo de indiferencia, de rechazo, de falsedad.
El miedo cada vez ocupaba más espacio. Sí, más que el humo del cannabis. Y se quedaba casado a nuestra piel. Cada vez más inseguridades rondaban por la noche entre las tiendas de campaña. La incertidumbre pasó a pedirnos fuego. La inestabilidad se acercaba de cuando en cuando a por hielos. Compartimos botellón con la indecisión. Finalmente, el desequilibrio vino a preguntar si quedaba algo de speed.
La noche llegó temprana y se hizo eterna. El cansancio machacaba las rodillas. Todo lo anterior, ya pesaba. Quedé pálida. Completamente aturdida. Sentí desfallecer mi cuerpo tras el último vibrar del altavoz. Mis párpados cayeron pesados. Pero aún notaba su suave piel en mis dedos. Y fue entonces cuando pude apreciar su cuidado.

Reservé mis ultimas fuerzas para los fuegos artificiales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario