miércoles, 6 de septiembre de 2017

Mi condena.

Me marchito como las rosas tras morir la primavera. El dolor yace en mis entrañas. Me odian, me reprimen, me oprimen, me engañan. Me acusan, me encierran y me cortan las alas. Me protegen, dicen. Mas me dañan. Agrietada, mi piel se pudre. Me prohibieron el sol. Vivo deshidratada. Vivo mas no vivo, solo respiro. Pero respiro humo. Respiro veneno. Me adormecen, me paran.
Y yo tengo la culpa. Tengo la culpa de recibir la maldad que nunca les para. Me hacen tragarla. Dicen ser yo la mala. Dicen que recibo lo que doy. Dicen que tengo lo que me gano. Dicen que me lo busco. Dicen que es lo que merezco. Dicen que yo sola lo pido. Dicen pero yo no he dicho nada.
Callada, pequeña, sola y aislada. Pasan las horas, pasan los años, pasan miradas despiadadas. Pasan, y yo no digo nada. Lloro. Hasta el punto de creer que es verdad.
Lloro por no decir nada. Lloro por dejar que las cosas pasen. Lloro la impotencia de no poder hacer nada. No puedo volar, no tengo alas. Más corro. Corro como hámster en rueda. Pero no llego a ningún lugar, no encuentro hogar donde pueda descansar.
Me odio. Me odio a mi misma. Yo soy la razón de mis problemas. Quizás, si no me moviera, no me miraban. Quizás, si nunca respirase, nunca me escuchasen. Si nunca huyera, nunca me retuvieran. Si nunca les mirase a los ojos desafiante, nunca tendría que bajar la mirada. Si nunca luchase nunca muriera. Pero quizás, si no existiese, nunca molestase.
Yo nunca quise hacer daño a los demás, pero ellos se ofenden cuando intento sentir libertad. Ellos sufren con mi felicidad. Parece ser que daño, se dañan, me dañan y me daño.
Vuelco el odio hacia mi persona, porque estoy sola. Estoy condenada a estarlo.

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