jueves, 19 de abril de 2018

Ella, mi unico vicio comparable a la botella.


Ella, la chica con la que salía todos los fines de semana. Con ella recorría todos los bares de la ciudad. Con ella gritaba por las calles riendo a grandes carcajada. Con ella siempre era alcohol. Y siempre acabábamos ebrias, besándonos, y besando a cada persona que pasara a nuestro lado.
 Era locura, desenfreno, libertad y diversión. Era puro rock. Era el grito de Robe Iniesta en su canción Puta. Era el placer de burlar los porteros y fumar en los baños. Eran sus ojos redondos completamente abiertos tan cerca de los míos, su alocada mirada, la que provocaba mi intermitente demencia.  En esos momentos, mi mayor deseo solo era ser la reina de sus besos, esos que desprendía por las esquinas. 
Como era de esperar, jamás pasamos desapercibidas, y el machismo de esta sociedad casi ya inerte supo acercarse a nosotras. Poco a poco, fue más complicado darle un beso en público. Las fieras se colocaban a nuestro alrededor a mirar,  trataban de buscar el calor en nuestros bares. Ya sabían dónde frecuentábamos más, y las críticas y las burlas no dejaron de cesar. Que no era un chico me decían, que me estaba equivocando, que solo llevaba la cabeza rapada. Pero era necesario que yo besara a alguien con un pene entre pierna y pierna. Que fuimos el espectáculo para unos cuantos señores obscenos que solo soñaban con tenernos a ambas en sus camas. Que no pude decirle un te quiero en público por miedo a ser juzgada. Y así lo fui.

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