lunes, 27 de junio de 2016

Primer sueño.

Me encontraba completamente sola, en la oscuridad de mi cuarto. Mi llanto casi me inundaba. De pronto, doble golpe suena en la madera de la puerta. Me arrimo a ella, despacio, sin apenas fuerza en mis piernas y un tembleque en la rodilla. Mi madre tras la puerta. Se arrima a mi, secándome aquellas lagrimas saladas.
-Tranquila cariño, tengo una sorpresa para ti. Baja a la cocina.
Baje intrigada con aquello que debería hacerme sentir bien. Mi tío esperaba sentado. Liándose un cigarrillo de la marca pueblo. Le di un beso en la mejilla, como de costumbre. Me dijo que me vistiera deprisa, que nos íbamos cuanto antes a Madrid. No entendía la razón. Supuse que iríamos al museo del prado o cualquier evento artístico que hubiese por allí. Me arregle y me monté rápidamente en el coche. Tras cuatro largas horas de viaje, llegamos.
No había ningún evento artístico, ni si quiera un solo graffitti en cualquiera de las enormes paredes de aquellos altísimos edificios. El se dirigía a un portal, y yo le seguía hasta llegar al piso al que él se dirigía. Llamó a la puerta, y de sorpresa para mi, nos abrió la puerta tu hermano. Me invito a pasar a su piso y me dirigió hasta una habitación. Allí estabas tú. Dormido como un angelito, exactamente igual que la última vez que te vi. Corrí hacia a ti, como cualquier impulso, te abracé. De pronto, tus ojos se abrieron de nuevo. Me abrazaste alegremente, por la suerte de tenerme a tu lado a primera hora de la mañana. Te vestiste corriendo, me diste la mano y me dijiste que me apresurara. Tenias muchísima prisa, necesitabas llegar cuanto antes. No sabía a donde.
De pronto me encontraba en una enorme pista de patinaje sobre hielo. Te miré sobresaltada y grité entre risas.
-¿Pero estás loco? ¡Sí no se patinar!- Tu cálida risa no se silenciaba. Aquello me relajaba, me dejaba llevar, quería pasármelo bien contigo, por lo tanto, me puse los patines. Con miedo, puse los pies en la pista. Tu me agarraste de la cintura.
-Tranquila mi niña preciosa, ya verás como te sale bien. -Me dijiste en el oído para tranquilizarme. Comencé a patinar, pero no había dado ni dos pasos cuando ya estaba en el suelo.- Venga chamaquita, arriba, tu puedes- No parabas de animarme. Con ímpetu y ganas me levante de nuevo, te di de la mano y seguimos patinando. Patinábamos los dos juntos, a ambos nos salía, nos iba bien. Pero de pronto me soltaste. Volví a caerme. Te pedí ayuda. Te exigí que no volvieses a soltarme, no quería sufrir, no quería otro dolor más. El hielo estaba frió y sin tu mano me volvería a dañar. Sin embargo, me miraste a los ojos y serio me dijiste- Inma, tienes que aprender a patinar tu sola. Yo voy a estar aquí para darte la mano siempre que te caigas. Pero es algo que debes de hacer tú, sin la ayuda de nadie.
Entonces me levanté y comencé a patinar sin miedos. Mis pies resbalaba sin ningún problema de estabilidad. Daba vueltas y vueltas entre la gente. Me giré y te grité- ¡Mira ya me sale!- En aquel momento ya no había nadie. Ya te habías ido.

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