miércoles, 23 de marzo de 2016

Al vuelo.

En aquel momento todo se le quedaba enorme, el suelo, el ascensor y las paredes eran de un cristal tan transparente que parecía que en cualquier momento iría a estallar. Aquellas escaleras mecánicas que no paraban de subir y bajar. La gente andando de un lado para otro. Y ella, allí, como un ser cualquiera, insignificante. En medio de aquel caos, agarrando fuerte su pequeña maleta, mirando hacia todos lados con la mirada perdida, sin observar absolutamente nada. Sabía que lo peor de todo aquello sería montar en el avión.
Estaba ya en su sitio, miraba nerviosa hacia la ventanilla. Era la primera vez que viajaba. La primera de muchas. Los motores del avión comenzaban a calentarse. Apretaba fuertemente la mano de su compañero. Poco a poco el avión cogia cada vez más velocidad hasta elevarse en el aire. Su respiración cada vez más de prisa. Sentía el bombardear de su corazón cada vez más rápido, el hormigueo que creaba el correr de su sangre. Sentía miedo, mucho miedo. Solo pensaba en su desaparición, su mayor desdicha. El no ser nadie, no ser nada. Un ser insignificante que no ha marcado nada en la historia, ni en el arte. Sus ojos fuertemente cerrados no les dejaba disfrutar del despegue. Cuando los abrió, como si despertar de una pesadilla se tratase, se veía volando sobre las nubes, ante un hermoso cielo azul.

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