sábado, 26 de marzo de 2016

Vuelve, tan radiante como siempre.

«Pero, mi vida, ¿Donde estás? » le gritaba a la noche oscura, noche nublada, cubierta y encapotada. Noche donde ni una estrella lucía, noche fría y llena de melancolía. Ella lloraba mares atormentados por la pena. A fin de que se fuese ya la luna llena. Que apareciese al fin el Sol que alegraba sus mañanas, Sol que iluminaba su camino, Sol por el que girar. Que acabase aquella horrible tempestad, pues ella no podía ya ni respirar. Necesitaba sentir su calor y ternura, acabar ya con esa tortura.
El viento golpeaba su cara, ella caía en medio de la nada. Con fuerza se arrastraba, se levantaba y cogeaba. El dolor inundaba su cuerpo, y ella proseguía con gritos y lamentos. Deseaba arder junto a él en el mismo infierno, antes que morir del frio frente al falso invierno.
Su mirada se volvia a elevar «¡Joder! ¡Aparece ya! ¡Que junto a ti me quiero despertar!». Pensaba que solo sería una pesadilla, una de tantas en noches de brujas y escobas. Esas que andan solas regalando malos sueños. Ella no perdía el empeño. Cerraba fuerte los ojos, con la esperanza de que al abrirlos apareciese a su lado. Tantas veces se había pellizcado... Que con su brazo casi había acabado.
Y si esa noche se quedase la luna de forma eterna, y al sol nunca más volviese a ver, sabía de más que caería en la locura, por ello gritaba firmemente al cielo «¡Tienes que volver!». En poco tiempo se arrancaría la piel a tiras, si el Sol no volvía, no lo perdonaría en la vida.

Pronto moriría ahogada en su propio mar de llanto.

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