domingo, 3 de julio de 2016

Cuarto sueño.

Aquella era la mayor casa que había visto en mi vida. Era una enorme mansión. Tanto que me mareaba al mirar hacia arriba. Me tuve que poner de puntillas para poder llamar a aquel gigantesco portón. Se abrió al momento. Pasé recto por aquel estrecho pasillo. El suelo estaba tan limpio que casi se reflejaba mi cuerpo en él. Sentía un frío feroz. Recuerdo llevar un montón de mangas, y el abrigo de nieve. A mitad del pasillo, tras pasar por varias puertas cerradas, paré en una que se encontraba abierta. Un enorme salón con chimenea se encontraba tras los marcos de la puerta. Salió de allí tu madre, guapa como siempre. Vestida de forma elegante, como a ti te encantaba verla. Le pregunté por ti. Me indicó como llegar en aquel enorme castillo.
Seguí el pasillo recto. Otra puerta al final. El pomo estaba aun más frío. La abrí. Daba a un patio repleto de nieve. Era más ancho que largo, y menos mal, porque creí morirme congelada. Otra puerta al final del patio. Esta vez se hallaba tras de ella una sauna. Entré. De frente te encontré a ti. Desnudo al completo, mostrando la belleza natural como si de una obra de arte se tratase. Pese a ser una sauna donde estábamos, yo sentía el mismo frío que en el patio completo de nieve. Sin embargo, tu me miraste a los ojos, y sin apenas nombrar palabra comprendí todo lo que querías decirme. Me quité la ropa, capa por capa. Mostrando así mi fría y pálida piel invernal. Me acerqué a ti, tiritante. Te abracé con las pocas fuerzas que me quedaban y con el cuerpo completamente entumido. Apoyé mi barbilla en tu hombro. Al rozar piel con piel, comencé a sentir todo el calor que hacía en aquella sauna. Sentí de nuevo la sangre correr por mis venas. Mis pulmones volvían a respirar. Sentía el buen clima de toda América Latina. La humedad y el calor en verano. Tu eras mi buen tiempo, mi chispa de vida, mi llama. Con mejor movilidad, te sonreí, mirándote a aquellos pequeños y redondos ojos negros. Me diste un suave y dulce beso. Seguido, cubriste una manta sobre mí. Acurrucados los dos en ella, pasando tu brazo sobre mi hombro. Abriste la puerta y volvimos a cruzar juntos aquel patio. Esta vez, la nieve se derretía bajo nuestros pies. Llegamos al interior de la casa y me llevaste a una habitación. Decorada exactamente igual que la tuya. Nos tumbamos en la cama. Las mantas ni si quiera estaban amarradas a la parte baja de la cama. Te preocupaste en estirarlas para que cubriesen mi cuerpo. El póster de 50cent seguía pegado en el techo. Las persianas casi cerradas dejando pasar tan solo un par de lineas de luz. Me acurruqué en ti, y juntos dormirmos.

Al dormir en el sueño desperté en la realidad.

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